Pesar por muerte de recordado sacerdote de colegio San Mateo

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Con la muerte del Padre Eugene Barber S.J. se cierra un ciclo de presencia de jesuitas de la antigua Provincia de Maryland en Chile que, como Hermanos, Maestrillos o Sacerdotes, se entregaron con gran generosidad a recrear el Colegio San Mateo de Osorno, le dieron una impronta social fuerte, construyeron su actual edificio y aportaron sustanciales ayudas para su desarrollo. Al menos 56 jesuitas de Maryland estuvieron, por lo menos un año, trabajando en el Colegio San Mateo. Eugenio es el único que pudo y quiso permanecer en Chile hasta su muerte, sin dejar nunca su vinculación con la Compañía en USA.

Eugenio, o Gene: educador, pastor entregado, poeta en inglés y español, religioso muy sensible frente al sufrimiento de los pobres, buscó inculturarse y vivió largos años en medios populares chilenos, amaba los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, lo que dio muchas veces en diversas formas. Vivió años muy plenos, otros más difíciles, viviendo sus propios sufrimientos junto a Jesús, y acompañando, en nombre de Jesús, el sufrimiento de otras personas, a las que siempre quiso tanto.

Niñez y juventud

Eugenio nació en Scranton, en 1932, ciudad entonces centrada en la explotación del carbón y con muchos inmigrantes polacos, italianos, irlandeses y lituanos que trabajaban en las minas. Su papá venía de una familia irlandesa y su abuelo paterno, de apellido Papen, había llegado a los Estados Unidos alrededor de 1850, era de familia luterana y trabajaba haciendo pan. Su abuela paterna era irlandesa y fue la que lo orientó hacia el catolicismo. Al enviudar, para poder mantener a sus hijos, abrió un expendio de bebidas alcohólicas que funcionó aun en el tiempo de la prohibición. En su niñez, Eugenio vivía en un conjunto habitacional y su abuela vivía en la casa del fondo donde la visitaba y colocaba discos en una vitrola manual para escuchar una y otra vez canciones irlandesas. Más tarde, la abuela dispuso que ellos se fueran a vivir atrás a la casa donde ella vivía, para recibir adelante a otro hermano. La casa era pequeña, con dos dormitorios, uno para los papás y otro para su hermana; él tuvo que dormir en una cama plegable en un espacio que durante el día servía para otras cosas, lo que le impedía invitar amigos a la casa. Eugenio tenía numerosos primos y sobrinos a quienes visitaba cuando iba a su patria. En 2014 se encontró en Chile con una sobrina nieta que vino a trabajar a Santiago con la cual se veía de vez en cuando, hasta que ella volvió a los Estados Unidos.

El ambiente familiar era religioso: sus padres eran muy creyentes, su mamá tenía dos hermanos sacerdotes y su papá era un voluntario muy comprometido en la parroquia. Eugenio fue matriculado en una escuela de religiosas donde hizo sus estudios básicos. Los secundarios los realizó en el colegio que la Compañía tenía en Scranton. Era un colegio nuevo y pequeño, casi todos los profesores eran jesuitas, entre ellos los jóvenes jesuitas que estaban en formación y hacían su magisterio y que con cariño lo acercaron a la lectura, al ajedrez, al deporte y le ayudaron a vencer su timidez. Así creó una amistad significativa con ellos, especialmente con uno que posteriormente partió como misionero a India. Desde muy joven le rondó la idea de ser sacerdote y, según dio testimonio en una entrevista, su vocación nació de la educación católica que recibió en su familia y de un pensamiento tan simple como “quiero concretar ese deseo de ser sacerdote siendo como los jesuitas, de quienes he aprendido”. En el retiro de su último año de secundaria tomó la decisión de ingresar al noviciado en Wernersville, lo que concretó el 30 de julio de 1950, víspera de la fiesta de San Ignacio de Loyola, cuando tenía 18 años recién cumplidos.

Tiempo de formación

Hechos los votos al fin del noviciado, continuó en la misma casa haciendo dos años de estudios humanísticos. Los tres años de filosofía los hizo en Saint Louis University situada en el centro de la ciudad y donde tuvo oportunidad de encontrarse con estudiantes laicos, lo que fue importante para él. Los años 1957-1960 los vivió en Washington DC, en el Gonzaga College High School, haciendo su magisterio como profesor de latín y literatura Inglesa, además de asesorar a los jóvenes en una comunidad, acompañarlos en las actividades deportivas y ser asesor del Centro de Alumnos. Eugenio era uno de los 13 “maestrillos” jesuitas que trabajaban en el Colegio. Fue una etapa muy importante para él.
Los estudios teológicos los realizó en el Woodstock College de 1960 a 1964 en una casa a treinta kilómetros de la ciudad más cercana, lugar muy hermoso, pero aislado. Eran los años de preparación e iniciación del Concilio Vaticano II. Su generación buscaba una teología más concreta, más en contacto con la gente, más predicable que la recibida en Woodstock. Fue ordenado sacerdote el 6 de junio de 1963, al finalizar el tercer año de Teología. Como la Provincia de Maryland se había hecho cargo del Colegio San Mateo de Osorno a fines de 1959, le dijo a su provincial que le interesaba ir a Chile. Se sentía libre ya que su papá y su mamá habían fallecido en los años anteriores y su hermana se había casado. Su ofrecimiento fue aceptado y, como preparación a su partida, hizo su Tercera Probación en Gandía, a partir del segundo semestre de 1964.

El año escolar 1965-1966 lo vivió en el mismo colegio donde había realizado su magisterio, haciendo clases de latín, inglés y religión. Recordaba que la vida sacerdotal lo acercó lentamente hacia personas negras con quienes llegó a tener una amistad cercana, y que una experiencia vital lo había llevado a trabajar como sacerdote en Washington con sesenta niños negros provenientes de escuelas municipales para que pudieran entrar a la educación secundaria.

En Osorno

En noviembre de 1966 llegó al Colegio San Mateo de Osorno con su limitado dominio del español. Los jesuitas chilenos lo conocimos en el Encuentro de Provincia de febrero de 1967 cuando, participando en una concelebración, su alba empezó a arder por haberse acercado mucho a una vela encendida…

Relató después su experiencia de los primeros años en Chile, diciendo: “Fueron muy difíciles, tenía problemas de disciplina en la sala, no manejaba el idioma, era un mundo bastante diferente a aquel en que yo me había formado… Éramos trece jesuitas de Maryland trabajando en el Colegio San Mateo, todos jóvenes… el cura de mayor edad tenía 45 años. Puros “gringos” haciendo clases, no había ningún jesuita chileno. Recién el año 1968 llegó el primer chileno y empezamos a hablar castellano en el comedor…”.

Inicialmente el Colegio San Mateo dependió directamente de la Provincia de Maryland y no de la Provincia de Chile. Maryland fue extremadamente generosa en el envío de jesuitas que vivieron inicialmente en condiciones muy sencillas en un edificio antiguo. Esa provincia financió la construcción del nuevo edificio para el colegio y desde el principio su Provincial insistió en que se buscara la excelencia académica y en la formación social de los alumnos. Junto con hacer clases, Eugenio empezó a participar en los trabajos sociales a que se invitaba a los alumnos en medio de los campamentos del sector. Los jesuitas de Osorno, en un Chile que buscaba cambios sociales, al fin de la década del sesenta, en un clima de creciente agitación, se propusieron la ambiciosa meta de que una parte importante de sus alumnos fuera de familias de escasos recursos. Y fueron consistentes en ese afán invirtiendo dinero y trabajo, arriesgando pasar por “comunistas” en un Osorno bastante conservador. Se hacía un esfuerzo por atraer a los mejores alumnos de las Escuelas Básicas de la ciudad y en el verano previo a su ingreso se los invitaba a participar en un período de preparación en el cual Eugenio se hizo especialista, ayudado a veces por otros jesuitas. Durante sus años de trabajo en el colegio se dedicó a la atención y acompañamiento de los alumnos que se integraban al colegio al empezar la enseñanza media. Visitaba sus casas y compartía con sencillez con las familias. Esta orientación de su trabajo tejió vínculos de cariño hacia él de muchos ex alumnos que, gracias a la educación ofrecida por el Colegio, pudieron terminar su enseñanza media, ingresar a la Universidad y ser profesionales. A lo largo de los años era conmovedor comprobar el cariño que tenían por “Father Gene” que se tradujo, cuando ya no estaba en Osorno, en ayudas a sus trabajos apostólicos, en preocupación por su salud, en visitas hasta Arica para visitarlo si estaba enfermo. Para algunos fue como un segundo padre.

En medio de una Iglesia latinoamericana que aterrizaba el Vaticano II en la Conferencia Episcopal de Medellín, con su fuerte denuncia de las injusticias estructurales y su llamado a convertirse hacia los pobres en busca de una sociedad más justa y en paz, Eugenio y otros dos compañeros de comunidad pidieron ir a vivir a Rahue Alto, en medio de la gente con pocos recursos, de forma más austera, y participar algo en la vida parroquial. Para él, que tenía la experiencia de la sencillez de vida desde su infancia, fue la oportunidad de experimentar, al menos en parte, la vida de la gente pobre, el frío de las casas, el viajar en micros heladísimas al colegio y encontrarse con algunos alumnos del colegio que hacían lo mismo. Fue una experiencia corta que debió terminar porque alguno de ellos fue destinado a otras labores. El trabajo diario del colegio les impidió tomar un contacto más profundo, pero para Eugenio significó sentir un poco lo que sentían y vivían los pobres en Chile.

Destinado a Antofagasta

Al cumplir dieciséis años de trabajo en el Colegio San Mateo, recibió una nueva misión, a partir de 1983, en el Colegio San Luis de Antofagasta. Se sintió muy acogido por la comunidad integrada por sacerdotes de experiencia y jóvenes maestrillos muy emprendedores. El clima templado y sin lluvias le resultó muy agradable, pero inicialmente experimentó dificultades en cuanto a la disciplina con los alumnos, que eran bastante distintos a los de Osorno. Con todo, durante esos años fue profesor de religión y de inglés y, con los compañeros jesuitas más jóvenes, hizo un intenso trabajo de formación social de los alumnos no sólo a través de clases, sino de múltiples actividades como los campamentos de trabajo, las misiones del verano y los trabajos de fábrica durante el año. Además, pudo celebrar la eucaristía dominical en Mejillones y en una población en las alturas de la ciudad y ser capellán del Hogar de Cristo. Recordaba con especial cariño la vida comunitaria en el Colegio San Luis y la gran delicadeza del Padre Bernard Boyle para hacerla agradable. También recordaba los simpáticos encuentros con la otra comunidad jesuita en la ciudad.

En Arica, por primera vez

Cuando llevaba 25 años de trabajo en los colegios creyó oportuno un cambio y así lo pidió al P. Provincial, que lo envió a formar parte de la comunidad de Arica, donde llegó en 1989. Fue nombrado vicario de la Parroquia Santa Cruz con especial dedicación a la Comunidad San Eduardo, situada a unas cuadras de la sede parroquial, y los primeros años se desempeñó como capellán del Hogar de Cristo.

Pero el servicio apostólico que lo ocupó fundamentalmente fue de capellán de los Bailes Religiosos. Él cuenta: “Fue como introducirme en otra cultura, que no solamente no era la mía, sino que dentro de la cultura chilena es como una subcultura. El proceso de inculturación fue paso a paso”. Como capellán se prodigó atendiendo a los distintos Bailes en sus diversas demandas de acompañamiento en las fiestas de La Virgen de la Tirana, La Virgen del Rosario de las Peñas y la Virgen de los Remedios de Timalchaca, así como en los servicios pastorales a las y los bailarines. Era como el Párroco, pero en vez de tener a cargo un sector geográfico, estaba a al servicio de numerosos grupos promoviendo jornadas de formación de jóvenes y de dirigentes de los Bailes, preparación para los sacramentos, bautizando, celebrando Eucaristías para las diversas Asociaciones, acompañando en los velorios. En realida, se dedicó a atender a un sector distinto de la Iglesia de Arica, pero lleno de vida, bastante autónomo e integrado por adultos, jóvenes y niños. Se entregó por completo a esta tarea, se abrió a aspectos de esa cultura distinta y aprendió mucho de las personas de los Bailes. “Traté de ser comprensivo, servir, acompañar: fue una experiencia de encarnación”, relató en una entrevista. Llegó a ser muy querido por los integrantes de los Bailes y a tener verdaderos amigos y amigas entre ellos, que se sentían comprendidos y acogidos por este “gringo inculturado”. Durante esos años creó mucho material para ayudar a compartir a las personas en las pequeñas comunidades, algunos de los cuales fueron publicados; tenía la capacidad elegir ejemplos de vida muy cercanos a la gente, expresarse con sencillez y hacer preguntas comprensibles. Ser el asesor de los Bailes, atender la Comunidad San Eduardo y cubrir generosamente otras necesidades pastorales, durante 18 años, le hizo pensar que, al cumplir 75 años, convenía nuevamente cambiar.

Esta vez en Santiago

En continuidad con parte de la experiencia vivida en Arica, es enviado en 2008 a formar parte de la Casa Jesús Obrero, en la cual vivían compañeros que atendían las Parroquias de Jesús Obrero y la Santa Cruz. “Estaba con algo de temor, pues siempre había trabajado en las provincias, nunca en la capital”, confesó en una entrevista. Fue nombrado Vicario de la Parroquia La Santa Cruz con sede en la Población Nogales, en la Zona Oeste de Santiago, y además de estar disponible para atender las demandas de toda la parroquia, se dedicó especialmente a atender la Comunidad San Esteban de Hungría, en la vecina Población Santiago.

Tenía la capacidad de visitar a los miembros de la comunidad en sus casas y compartir con ellos un “tecito” o unos huevos fritos, lo que hacía recordar al fundador de esa Comunidad, el Padre Carlos Klemm y a un Vicario anterior, el P. James Hosey, también de la Provincia de Maryland. Se movía por todo el sector parroquial en su bicicleta, a veces hasta entrada la noche y experimentando más de alguna caída. Promovió la formación de comunidades de base, seguía preparando materiales para las reuniones con casos de vida y las acompañaba discretamente. Organizó retiros mensuales a nivel parroquial e integró a laicos y laicas para que participaran como animadores y guías. Aprendió a apoyar a grupos de mujeres que se reunían en los grupos EME (Mujeres en el Espíritu) respetando su autonomía y evitando todo clericalismo. Con su voz potente no necesitaba micrófono para celebrar la Eucaristía y para hacer la homilía, siempre bien preparada y aterrizada a la vida de las personas. Fue capaz de participar, respetando el rol de los coordinadores, en largos consejos pastorales que ventilaban los problemas de la comunidad, planificaban sus actividades, y hacían las evaluaciones mientras él, algunas veces, dormitaba agotado. Toda la experiencia adquirida en sus largos años de profesor y de acompañamiento a los Bailes Religiosos, le ayudó a situarse en una realidad eclesial distinta y a promover a laicos y laicas. Sufría al ver a la juventud capturada por la droga, y gozaba cuando se acercaban a pedir la preparación para algún sacramento. Cada semana almorzaba un día en el comedor popular que funcionaba en la sede parroquial sirviendo y lavando los platos. Durante estos años en la Casa Jesús Obrero, aprovechando la estadía en Santiago, se ofreció para acompañar una o dos veces al año los Ejercicios Espirituales personalizados ofrecidos por el CEI o acompañar a algunas comunidades religiosas en sus Ejercicios anuales.

Su salud empezó a resentirse en los últimos años de su estadía en Santiago, la sordera aumentaba con el consiguiente aislamiento y empezó a sufrir problemas de equilibrio al caminar, teniendo algunas caídas y mareos. Debió dejar la bicicleta. Fue conmovedor el cariño con que sus ex alumnos de San Mateo se empezaron a preocupar de él, llevándolo a revisiones médicas, al oculista, al dentista, todas expresiones de cariño que él aceptaba agradecido. Además se preocupaban de invitarlo, de visitarlo en la Comunidad San Esteban y de financiar sus iniciativas sociales. Algo semejante ocurría con el personal de la Parroquia La Santa Cruz que se preocupaba de trasladarlo.

El regreso a Arica… una vida regalada

En 2020, con fuerte deseo de seguir sirviendo como sacerdote, fue enviado nuevamente a su Arica querida, a un clima más cálido, sin los fríos de Santiago y con la esperanza de reencontrarse con tantas personas queridas de los Bailes Religiosos y de la Comunidad San Eduardo. Él había sido muy aficionado a ir a la playa a tomar el sol y a bañarse en el mar, pero justo se inició el tiempo de la pandemia, con períodos de enclaustramiento por razones de salud. A esto se agregaron otros dolores por ciertas acusaciones que le hicieron sufrir mucho, además del progresivo deterioro de su salud. Ya no pudo quedarse solo en casa o salir de ella, y fue necesaria una compañía más permanente para evitar las caídas. A pesar de esto, gozaba cuando podía suplir a otros en alguna Eucaristía, un responso, o celebrar el sacramento de la reconciliación. Siempre recibió muchas visitas de personas cercanas por tantos años, además de Arica, también llegaban a visitarlo desde Osorno y Santiago.

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