SAGOFISUR abordó las lecciones de la Reforma Agraria

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Mucho interés despertó entre los asistentes el segundo Seminario de SAGOFISUR 2017, que llevó por nombre “Reforma Agraria, la verdad completa”, a 50 años de la promulgación de las leyes 16.640 de Reforma Agraria y 16.625 del Ministerio del Trabajo y Previsión Social, que permitió la asociación de los campesinos, también conocida como la sindicación campesina o segunda Ley de Reforma Agraria.

Las ponencias estuvieron a cargo de Alberto Valdés Eguiguren, ingeniero agrónomo, investigador asociado de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Máster de la Universidad de Chicago y Doctor en Economía de la London School of Economics; y de Andrés Montero Jaramillo, ingeniero comercial de la Universidad de Chile, miembro del consejo consultivo de la Faculta de Economía y Negocios de dicha casa de estudios, actual consejero de la Sociedad Nacional de Agricultura.

En la presentación del seminario, el director de SAGO A.G., Cristian Parra, aseveró que “la trascendencia histórica en que se enmarca esta versión de SAGOFISUR, hizo que dentro de los cinco seminarios que proyectamos, decidiéramos dar un espacio importante a la Reforma Agraria, cuya conmemoración por parte del Gobierno ha causado molestia en todos los gremios del agro, debido a su mirada sesgada, casi festiva, que ha optado por borrar todo rastro de la estela de violencia que dejó a su paso, la que fue clave en el derrumbe institucional de 1973 y la paralización productiva del país”.

En su exposición, Alberto Valdés explicó que la Reforma Agraria chilena fue masiva, con expropiaciones cubrieron aproximadamente el 40% de la tierra productiva del país, bajo el argumento de corregir un sistema considerado obsoleto e ineficiente que inducía a un atraso en el desarrollo del sector y que promovía, además, un inquilinaje con fuerte dependencia patronal e inequidad en el trato al trabajador agrícola.


El investigador aseveró que, sin embargo, en materia de productividad, esta política no implicó cambio alguno y la supuesta legitimidad de la reforma no era más que eso: distribuir las tierras de los grandes terratenientes para constituir pequeños propietarios privados, tal como rezaba la consigna «la tierra para quien la trabaja», no era la intención original, y ciertamente habría sido contradictorio con la tesis marxista bajo la Unidad Popular, que propiciaba la propiedad comunitaria y favorecía empresas de gran tamaño.


Valdés explicó en su ponencia que en el caso del gobierno de Eduardo Frei, tampoco se quería subdividir la tierra en campos pequeños y hacer propietarios individuales; en su diseño, el «asentamiento» estaba influido por el modelo yugoslavo de auto-gestión, sin subdivisión de la tierra, similar al modelo «kolhozy», de propiedad colectiva en la Unión Soviética. Y no deja de ser paradójico que fue la llamada contrarreforma bajo el régimen de Pinochet la que tendría mayor impacto económico. En efecto, el estudio señala que hubo una transferencia implícita de capital a través de la entrega de parcelas Cora, en moneda de hoy, de entre US$ 7.000 y 60.000 por beneficiario.


De cualquier forma, lo cierto es que la reforma agraria per se no significó un cambio sustantivo en la calidad de vida del campesino, y a poco andar del proceso, las esperanzas de un avance social se desvanecieron, por lo cual la impulsó una transformación del mundo agrícola que fracasó en su objetivo de servir como palanca de avance productivo, concluyendo Valdés que ésta tampoco fue un medio de redención social, y es una verdad histórica que al final se transformó en un instrumento político para incubar desde el campo chileno el flagelo de la lucha de clases que fracturó al país en bandos irreconciliables. La reforma fue una frustrada experiencia que no logró réditos en materia productiva y tampoco mejoró las condiciones de pobreza rural, donde no es la tenencia de la tierra, sino el capital humano y cultural adquirido mediante políticas públicas en salud y, especialmente, con educación de calidad, lo que genera progreso y movilidad social.

ANDRÉS MONTERO

La ponencia del académico Andrés Montero se centró en la forma como el actual Gobierno ha tratado de establecer un sesgado relato histórico del proceso de Reforma Agraria que no considera a las víctimas del mismo: los propietarios de la tierra a esa fecha.
Algunas de las características del proceso de expropiación fueron: se tasaba el predio de manera unilateral, sin el más mínimo respeto por el valor real de los bienes muebles e inmuebles; se reembolsaba el monto a indemnizar con bonos Cora a largo plazo, sin reajustes e intereses reales; no se respetó en la mayoría de los casos la reserva legal, determinada por ley; se le asignó la responsabilidad de trabajar la tierra a personas no preparadas y sin capital, lo que derivó en un rápido fracaso en la gestión”, explicó Montero.


El ingeniero comercial agregó que el fracaso se evidenció también en la falta de mantenimiento de maquinarias, cercos, canales de riego y fertilizaciones adecuadas; el clima de desconfianza y enemistad entre los antiguos trabajadores de los predios –en muchos casos leales a sus ex patrones- y los recién llegados al predio.

El campo chileno dejó de recibir nuevas inversiones y la producción agrícola rápidamente decreció a niveles dramáticos. Cuesta entender lo que ha llevado a cabo el Gobierno como conmemoración de este proceso, acompañado de un discurso alcanza ribetes alucinantes, al afirmar que el actual desarrollo de la agricultura chilena no habría sido posible sin la Reforma Agraria”, aseveró Montero.

El conferencista concluyó que los acontecimientos posteriores derivaron en la posibilidad de rescatar al sector, con la apertura al comercio exterior y la reducción de aranceles desde mediados de los 70, se pudo iniciar un nuevo proceso de expansión y auge de la agricultura nacional. “La industria del vino, de la fruta y de la agroindustria en general, se logra, no con los asentamientos de Frei y de Allende, sino con los mismos agricultores de antes y sus hijos, quienes ya reencontrados con su tierra y con sus antiguos trabajadores y sus hijos, logran catapultar para siempre el pésimo experimento de los burócratas de izquierda”.